A un año del regreso a Navarro, a días de dejar el hogar que nos abrazó toda la vida y a segundos de recordar que las partidas están siempre a la vuelta de la esquina, una receta grabada con una tablet que la abuela utilizaba para jugar, revivió en formato vertical y nos ayudó a cumplir con la consigna del jardín: unas torta fritas para compartir.
Si vieja, tus recetas sin medidas exactas, con consejos de orden y modos de uso de la cocina son tradición.
Tus casi 100 años en estas tierras se mezclan con los de José Hernandez. Tu tiempo en la casa cobra valor y se comunica con el hoy para mezclarse con las sensaciones infantiles de una etapa que se va ante los ojos adultos que no se quieren ir.
Las casas como los jardines son esos lugares a los que menos volvemos a medida que crecemos, pero que cuando pasamos la puerta pa’ dentro se siente ese encuentro entre lo nuevo y lo viejo, se produce lo eterno, lo que queda en la memoria y nos acompañará por el resto.
Dejar esos espacios siempre costará algo más que dinero. Costará no verlos de nuevo. No tocarlos ni olerlos y de a poco perder sentido por lo nuestro. Porque el cuerpo tiene memoria pero siempre está repleta de poco grandes momentos.
Volvemos a viajar mientras buscamos alquilar algo en este pedazo lindo de patria. Seguimos nuestra receta y les dejamos la Delia en la nube, para descargar recuerdos en unas rondas de mates.