Somos campeones del mundo de un deporte más.
No más que eso, es verdad. Pero mal que les pese a quienes utilizan expresiones parecidas a esta, es el deporte que más une, a través de una copa mundial. Nos une sueño desde temprana edad.
Recuerdo mi primera en los ’90 donde brilló una gran canción que le dió paso a las demás, o lo que mis pequeños 2 años lograron registrar.
Le siguió la del ’94, la del marketing y la publicidad, la del perrito en un vaso que tenía en el baño al despertar. La de las piernas cortadas casi al comenzar a patear.
Llegó la del ’98, la que más infantilmente viví, la que me enseñó banderas, jugadores y ciudades. La que me presentó el fútbol internacional, que amplió mi mente con una nueva agenda para mirar. Mirar fútbol para implentar. Mirar fútbol y jugar. Creer en llegar. Amplió el sueño de este amante por jugar un mundial.
El nuevo milenio trajo consigo la ’02, la de Corea y Japón.
La del futuro fút-bol. La más corta de todas, la que no recuerdo enojos más bien recuerdo un borrón y un contar de nuevo para llegar a la próxima selección.
A la que nunca llegué o nunca me llegó, como la del ’06. Que me encontró en lo más juvenil de la vida. Estudiando, trabajando. De poca gana pero de mucha ilusión, de salir campeón, cumplir promesas y aprovechar la ocasión para escaparle a la realidad en las hermosas libertades de la gran ciudad.
La ’10 me llegó. Al corazón. Porque estaba él. El Diego. Me llegó porque estaba terminando los estudios y al fútbol había vuelto. Viajaba a mi pueblo por 48 horas y 24 se las dedicaba a eso. Me llegó porque sonaban las trompetas de una nueva década, de algo nuevo.
Que llegó cuatro años más tarde, en la ’14, cerca de casa, cerca de lo nuestro. Me encontró entre primeras marcas y rock, con algo de idioma portugués en mi lengua para vivirlo desde adentro. Me encontró desconfiado por el negocio del fútbol que un amigo estaba viviendo. No me puso triste, me acrecentó el sueño.
En el ’18 ya era padre y todo volvió a pasar. La pelota volvió a girar para que del otro lado me la devuelvan. Volvió la camiseta, los cánticos y la onda cabulera, que de nada sirvió ante la falta de ideas.
Ya en el ’22, locamente en vísperas del verano, llegó el momento y me encontró en familia, en Navarro, en mi pueblo. Donde pude ver el festejo de generaciones con las que fui creciendo, que de celebrar torneos siempre supieron, en su club, en su barrio o en su pueblo. Pude ver incluso a quienes profesionalmente lo hicieron. Pude ver muchos «leos» y muchos «fideos».
Pude ver el sueño hecho realidad de los que siempre quisieron. Como lo vio y vivió el mundo entero. Pude sentir como las canciones mundialista volvieron al tribuneo.
Pude ver festejar a pibes de Malvinas que jamás olvidaré,
y a mi vieja disfrutar su tercero. Escucharla decir otra vez «ya está la comida» o «no juegues con la pelota adentro».
Pude reafimar que el fútbol no tiene géneros y que en este nuevo mundo por siempre habrá una madre, una pareja o una hija que despertarán el sueño.
Gracias jugadores. Seguramente no resolverán nada que no les corresponda pero hoy el mundo, el de cada cual, volvió a girar de nuevo. Gracias Leo por soportar tu exilio y tu esfuerzo y ser ejemplo de seguir creyendo.
Somos campeones del mundo, así, sin pronombres ni sexo, y la fiesta es mundial.