Hace un tiempo que trato de vivir las efemérides. De utilizar el día para refrescar y sumar conocimientos. Nada estricto. Lo que el día me diga de ella.
Está clarísimo que la de ayer no me dijo nada personal sino mas bien nos lo ha dicho a la comunidad toda.
En el mismísimo norte argentino que Manuel Belgrano defendió, la celeste y blanca se tiñó.
Los intereses, las luchas, las tierras, la vida, se interponen y entrelazan con elecciones y cierre de listas.
Las flamantes alianzas de caras conocidas aprovechan la situación. Los gobernadores tuitean. Si, tuitean. El presidente responde. Los medios muestran a medias. Se termina un finde largo. Años tristes resuenan. Llovizna en algunas zonas del país, se moja la bandera y el cielo llora.
Si bien se conmemora en fecha de fallecimiento de su creador, la misma se plantó de entrada como símbolo de unión. Sobrepasando cualquier nombre, incluso el de Belgrano.
Inspirada en la inmensidad celestial y en la del pequeño detalle repartido por French y Beruti años antes, la bandera, como objeto, será siempre lo más revolucionario de la revolución. Los colores y los tonos de la realeza seguían entre la gente, y el izamiento, a orillas del río, hizo ver más allá de las nubes.
En los navíos, en las correspondencias, en las vestiduras, en las guerras y en la paz, comenzaba a flamear una nueva patria de viejos habitantes que recordaron que estaban allí desde antes y que algo les correspondía.
Comenzaba a diferenciarse nuestro bando, con sus internas pero con el objetivo unificado: la libertad. No volver a ser lo que nunca debimos haber sido.
La bandera, tal como la conocemos, con su Sol de Mayo, incaico, tiene más conexión con la tierra que con el propio cielo. Clavada sobre los andes, en el barro de la batalla, al costado del corazón equino o en los precarios fortines de las conquistas siempre estuvo al pie de lucha.
Más acá, acompañando partidos e ideas. Y tanto más, abrazando a artistas y deportistas triunfantes.
Los avances tecnológicos la llevaron por el mundo mucho más rápido, sin embargo al pisar tierras ajenas siempre tuvo que hacer lo suyo para hacerse respetar.
Nunca nos regalaron nada y lo hemos dado todo. La globalización nos muestra como un país tercermundista pero cuando el resto del mundo nos visita ven el mismo potencial de siempre. Que el granero, que el potrero, que el petróleo, que el oleo, que el oro. Todo, lo hemos dado todo.
Sin embargo, la tierra donde el regatón se clava, nos sigue dando. Y desde nuestro voto le seguimos entregando a nuevas formas de gobiernos lo poco que nos queda, de lo que siempre fue nuestro.
El 9 de julio, cuando se cumplan apenas 207 años de la independencia, comenzarán a rodar por los medios tradicionales y digitales las campañas nacionales 2023. También se entregarán los Martin Fierro a quienes nos informan y entretienen. Y como si fuera poco se inaugurará el primer tramo de un gasoducto que promete auto-abastecernos. Si, la tierra nos sigue dando pero en sus fronteras las pocas aguas nuestras, turbulentas, nos ponen bandera roja y nos prohiben meternos.
No sé cómo pasaré esa efeméride. Seguramente así de tibio, viéndolo de lejos. Desde donde puedo. Haciendo patria, a mi modo y tiempo. Lo que si se, e invito a hacerlo, es que estaré bien atento a la propaganda y a los premios, porque independientemente de lo quiero, son y serán los que marquen el rumbo de las urnas, donde si podemos hacerlo.
Wenaaaa
¡Gracias Yosito!