Desde los inicios de la humanidad la comunicación fue muy importante en su desarrollo. Utilizamos este don a través de historias contadas, escritas o grabadas. Que acertadas, desacertadas o inciertas, hicieron y hacen que giremos por el mundo al ritmo de la tierra.
Les damos la bienvenida a Manifestar, un podcast sobre el rol de la comunicación en lo que fuimos, somos y podemos ser.
Un medio para recorrer Argentina y dejar asentado lo que se manifieste en el camino.
Si bien esto no es un medio sobre ciencia ni mucho menos, parte de la historia de Florentino Ameghino será mapa de ruta. Viajar siempre por el antepasado nos permitirá estar más cerca de eso que fuimos, de eso que somos y de eso que podemos ser.
Luján, Mercedes y La Plata, ciudades por las que transitó, las conocíamos y nos sentaban bien. La capital de Buenos Aires fue su último paradero y visitarla sería de igual orden. Pero no fue así.
Buscando graficar el logotipo de Manifestar en un cartel transportable, básicamente gugleando precios de pasacalles, me encontré con la historia de Ernesto Girard en palabras de Mariana Sidoti, quien lo describe tal cual y recorre detalles que cambiaron el orden de este primer episodio.
Ernesto es un letrista platense, de ascendencia francesa como Pedro Benoit, nombre que lleva la calle donde vive hace más de 20 años y que recuerda al urbanista de importante participación en el trazado de La Plata y alrededores. Como Ensenada, de donde llegamos pasadas las 17:00 hs de una pandémica tarde otoñal, luego de contemplar un río, de arenas relajantes y aguas activas.
Repleto de desembarcos, como el de Ameghino, el italiano que creíamos argentino o el argentino que descubrimos italiano.
Ahí tiene su taller maravillosamente adornado de recortes periodísticos y tipografías. Ahí, donde mientras entrábamos en confianza hablando de pueblos y familias, comenzaban a enfilarse esas anécdotas que vuelven de cuándo en cuándo y hacen historia:
“Yo también fui mochilero” fue su carta de presentación. Un libro que escribió con una caligrafía que cualquier computadora le envidiaría, donde cuenta un viaje en bicicleta y lugares por donde pasó. Una primera experiencia de vida que nos ponía sobre su mesa de trabajo.
Con sus propias manos pintó colectivos de líneas platenses, carteles de ruta y editó libros, laburo que consiguió en una entrevista radial cuando con total humildad se acercó al estudio de Radio Rivadavia para mostrarle su arte al villeguense Antonio Carrizo, quien esa mañana entrevistaría a Torres Agüero, dueño de una de las editoriales del momento y que estaba allí para presentar el libro de Mauricio Amster, un ucraniano-chileno, tipógrafo y diseñador.
Pfff! Fuimos por un cartel y Ernesto nos daba letra como buen integrante de la Academia del Lunfardo…
De Cadícamo a Rocambole y veloces como Jorge Bátiz, sus recuerdos seguían, mientras con permiso nos metimos en su hemeroteca:
Aún dolido por las inundaciones del 2013, Ernesto nos abrió sus puertas, sus cajas y su corazón. Nos permitió conocer su profesión, a la que no le aflojó ante el mal augurio de los medios. Nos recomendó no hacer el cartel en pasacalles porque se desgasta. Y en plena campaña electoral, temporada alta del taller, nos envió de regalo este cartel.
Gracias Don Ernesto por esto.
Por sus letras y sus viajes.
Ambos serán combustible de los nuestros.
Según Wikipedia, Ameghino fue científico, naturalista, climatólogo, paleontólogo, zoólogo, geólogo y antropólogo.
Según los registros de los censos nacionales, esos que cada cual responde en su casa, primero fue preceptor y luego librero.
Lo cierto es, que con múltiples evidencias descubrió centenares de especies y dejó de manifiesto que la humana se expandió desde la Patagonia hacia el mundo.
En una época donde el acceso a la edición de libros era tan escasa como el acceso a leerlos, Florentino encontró diferentes herramientas para comunicar sus hallazgos. Vendió fósiles para costear impresiones, creó un método taquigráfico para agilizar la escritura y abrió la ciencia a la gente a través de la prensa. A tal punto que clipeó cada nota o columna y las dejó todas juntas para la prosperidad:
De paseo por La Plata, pasamos por la escuela N 11 que lleva su nombre como otras tantas en todo el país y luego por lo que fuera su casa y librería, donde pudimos ver cómo todo de a poco, se entierra y se olvida.
Finalmente por el Museo.
Ese lugar por el que mucho le prometieron.
Que está ahí desde los mil ochocientos.
Y que en plena pandemia, desde afuera, todavía conserva una mística, que cuanto mucho, enseña:
Por protocolos no pudimos recorrer ninguno de estos tres lugares y palpar cuánto de su espíritu queda ahí. Pero en el increíble mundo de internet, ese que Florentino no tuvo a mano, nos comunicamos con Irina Podgorny, Antropóloga e Historiadora de la Ciencia. Integrante del Museo e investigadora del CONICET, quien escribió primero un artículo y luego un libro, basados en estos recortes periodísticos que el mismo Ameghino recopiló.
Oriunda de Quilmes. Hija atea de familia católica-judía, nieta de inmigrantes por parte de padre y quinta generación argentina por su madre, de jardín al doctorado se educó 100% en escuelas públicas por lo que conoce y sabe bien qué se aprende en ella:
Cartas, notas, descripciones, todo el día escribiendo para que decisiones políticas del momento no le permitiesen imprimir el material fundamental para codearse con el resto, que sin esto lo ninguneaban. O con aquellos, los extranjeros, que por mucho menos ya le reconocían su labor, tiempo antes de llamar por su nombre a un cráter lunar.
Decisiones políticas del momento, como las de quitar para siempre ciertos contenidos escolares, no enseñarlos ni proponerlos, son también formas de cortar una comunicación.
Que sumado a la “falta de título” y “su dudosa procedencia”, reiteradas cartas que jugaban por un lado la cúpula científica y por otro la cúpula eclesiástica para medirle el piné, hicieron que ese llamado al pasado, a nuestra historia, de a poco pierda señal:
Ese documento que bien guarda Ernesto en su taller se nos cruza de nuevo en la charla con Irina y nos lleva a Luján, la ciudad de la fe, donde creció Florentino y con él, paradójicamente, parte de la ciencia.
Su casa, ubicada bien cerca del río, y con menos protocolos, nos abrió sus puertas en manos de Federico Suarez, historiador y docente que a contratiempos nos brindó su saber.
El Museo Paleontológico desde 1999 y Monumento Histórico Nacional desde 2007, con una arquitectura de las más antiguas de Buenos Aires y original en un 70%, conserva manuscritos de la familia Ameghino, hallazgos, réplicas, historia de quienes cuidaron este espacio y homenajes de entidades nacionales en mármoles grabados por inmigrantes italianos.
Sus paredes y pisos hacen sentir la humedad de la ribera.
Por sus ventanas y puertas corre mucho aire y con él nuevas ideas.
El tamaño familiar te hace parte de ella e invita a quedarse por unos mates y dar una mano en algo.
“Florentino Ameghino y hermanos” es uno de los últimos libros de Irina, una biografía que con la prensa de por medio te pone en contexto y te cuenta su alrededor. Además acerca fragmentos de un documento al que no se tiene fácil acceso y particularmente creo que propone un campo de reflexión sobre la ciencia en los tiempos que corren.
Nuevamente gracias Irina, que aunque aclaraste que acercarnos tus estudios o investigaciones lo crees parte de tu trabajo, te hiciste un lugar entre viajes de congresos para darle vida a esto.
Desde ese habitat donde dio sus primeros pasos, seguimos camino hacia donde los forjó, Mercedes, que desde siempre contó con infinidad de establecimientos educativos y recibió a un joven Ameghino de 17 años en sus aulas pero también en sus arroyos, donde surgieron los primeros hallazgos y el inicio de un autoctonismo pocas veces nuevamente explorado, según cuenta un estudio del geólogo Marcelo Toledo encontrado en researchgate.net.
Con él confirmamos las coordenadas, le agradecimos y ahí fuimos.
Sin pico ni pala, solo con las ganas de alejarnos un poco de todo y acercarnos a la vez, llegamos hasta donde el alambrado nos permitió.
Con botas de goma, mate y algo de abrigo, seguramente poco se le parecía a las caminatas que Florentino con su hermano Carlos hacían.
Infinidades de pájaros bajan a la orilla, algunos plásticos y metales rompen la corriente y la visión. Con la siembra bien alta, cuesta imaginar cuál era el horizonte hace más de 150 años.
Pero con bajar de un auto, sobre un puente, descender por la huella de pescadores, pisar la tierra, un poco el agua, mirarla y
seguir el curso, ya estábamos descubriendo algo.
La zona, muy cerca de Ruta Provincial 41 y de la ciudad con una de las pulperías más antiguas del país, la de Cacho Di Catarina, nos hace pensar que por lo menos Ameghino ya buscaba en un suelo bien transitado.
Siendo uno de los departamentos judiciales de la provincia recibe mucha gente como alguna vez lo hizo siendo fortín de la Guardia de Luján. Vestigios de comunidades centenarias ya descansaban bajo los pies de Ameghino y sus teorías sobre la edad de la humanidad, con el paso del tiempo y la falta de herramientas, se hacieron creencias.
De calles anchas y numeradas en pares de norte a sur e impares de este a oeste, se hace fácil llegar y encontrar lo que se busca.
En nuestro caso, además del Arroyo Frías donde chapoteamos un rato, la sede central y Universidad de Narrativa de lo que alguna vez será la capital de la Literatura Hispanoamericana.
Uno de los megaproyectos culturales que el escritor Hernán Casciari puso a andar en pleno aislamiento será ubicado en el antiguo Cine Español, que entre otras tantísimas cosas cuidará y democratizará la escritura en todos sus formatos.
Su teoría sobre la edad de los países fue la motivación, su vocación por la imprenta el motivo y la confianza con sus lectores el motor para escribirle un mail. Automáticamente contestó y se subió a este viaje sin preguntar demasiado.
La historia se repite. Desde la capital del salame quintero otra teoría que comienza por los diarios y pasa a los libros.
También el arte de cortar y pegar, esta vez en formato revista local primero y actividad laboral después.
“Más respeto que soy tu madre” fue ese blog que se hizo novela y luego obra teatral. Que dio vueltas por editoriales para volver gratis online; o pago, impreso, esta vez con la suya, la Editorial Orsai.
Donde nacieron otros libros y una revista en la cual los autores que comunican tienen voz propia y son parte de ella.
Lo pone ansioso que eso de financiar nuevas formas de comunicación a través de la confianza de sus lectores no haya llegado al 100% en el periodismo, pero mientras tanto lo lleva muy bien desarrollado en lo que Comunidad Orsai respecta.
Hoy un escrito puede transformarse en película como La Uruguaya de Pedro Mairal, en miniserie como Canelones, o nuevos libros como Los Mejores Hilos de Twitter e Historias Digitales 2021.
Con la idiosincrasia de Orsai como un gran ejemplo, saludamos y agradecemos a Casciari por haberse subido en el último tramo y enriquecerlo. Más de un siglo y medio después, aquellas dificultades de Ameghino por plasmar sus palabras en papel hoy están al alcance de cualquier ser y él tiene mucho que ver.
Ya de nuevo en casa y con tiempo para reflexionar, volvemos a Florentino, el sabio, como lo llama su comunidad, a quien lejos de idolatrar o hacer historia con él, queremos reconocerle su afán por comunicarnos, sin importar de donde venimos o a dónde vamos, y ser inspiración para que otros tantos y tantas, hagamos de todo por escribir.
Nos vemos en el próximo viaje.
Lean todo lo que puedan y escriban todo lo que quieran.